En Texas obviamente me esperaba que todo estuviese preparado para Halloween, pero que ocurra en España me parece absurdo. Dentro de unas horas estarán llamando a mi puerta niñatos disfrazados de pollas en vinagre con la tontería del "truco o trato" (pá tu culo mi aparato, ya sabéis), como si no tuviésemos suficiente con la tontería del aguinaldo (ir por ahí a pedir dinero cuando tu padre tiene un Mercedes-Benz).
Pero lo cachondo no es lo de los niños, que al fin y al cabo es comprensible, sino lo de los adultos que se supone que ya tienen dos dedos de frente. Ver cómo se entregan con pasión a tradiciones que ni les van ni les vienen es tronchante... el equivalente sería un estadounidense corriendo los Sanfermines (¡ay, si Hemingway supiera!), con el agravante de que Halloween es una fiesta para que la disfruten los pequeñajos. Imaginános a un maromo americano de unos 30 tacos corriendo delante de un chotillo o intentando atrapar un gorrino engrasado. Pues eso.
Luego hay otras cosas que hacen gracia, como ver los disfraces que escoge la gente, a veces muy acordes con su personalidad. Dan ganas de decirles que no se molesten, que ya son brujas, chupasangres o zombies descerebrados el resto del año, que intenten ser personas normales por un día para variar.
Si salgo hoy por ahí con los colegas me voy a disfrazar de cirrótico mutante del apocalipsis, para que no me dé demasiada vergüenza ajena.
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