lunes, mayo 10, 2021

Mindfulness y minimalismo

I

Creo que no sería ninguna sorpresa si os digo que normalmente tengo problemas para concentrarme, que seguramente padezca de déficit de atención e hiperactividad aunque nunca me lo hayan diagnosticado (porque en mi generación no hacía falta recurrir al especialista para estas cosas, el tratamiento eran dos buenas hostias - que siendo sinceros sí que surtían efecto durante un rato más o menos largo).

Hace unos 6 años estaba en Las Vegas con mi buen amigo Sherwin, que es mi mejor mala influencia. Después de una racha bastante intensa de alcohol y blackjack, me estaba entrando el asobine. así que anuncié mi disposición de irme al sobre. Como buen diablillo de los que aparecen en el hombro ante una decisión, mi colega intentó disuadirme y me ofreció una pirula maravillosa: Adderall, el medicamento que hace funcionar Silicon Valley.

Para aquellos que no estéis familiarizados, Adderall es un medicamento para tratar el ADHD (Attention Deficit Hyperactivity Disorder) y en EEUU lo recetan como si fuesen Pastillas Juanola. El principio activo es similar a las anfetas o la farlopa, pero si se lo dan a los niños pensé que tampoco podía ser tan malo, así que partí la rula por la mitad y me la tomé con un mojito.

Hizo efecto bastante rápido y recuerdo ser invadido por una sensación de serenidad absoluta. Me sentía completamente anclado al presente. Mi mente normalmente siempre está divagando entre el pasado (arrepentimientos, frustraciones) y el futuro (incertidumbres, dudas), dejando las migajas de atención que quedan para tratar con lo que sea inmediatamente actual. De repente sentí que todo esa capacidad para concentrarme estaba disponible para la tarea que me tenía ocupado, que era emborracharme y perder dinero al blackjack, cosa que hice muy eficientemente hasta las 6 de la mañana.

En aquel viaje palmé unos 600$ en los casinos, pero me gusta pensar que fue una inversión en auto-descubrimiento y en hacer bonding con Sherwin.

Durante los meses siguientes fui capaz de evocar aquel estado de concentración sobrehumana en cierta medida, sin necesidad de tomar ninguna sustancia. Es difícil de explicar, pero creo que lo más parecido sería recordar una canción en tu cabeza; no necesitas estar escuchándola pero de algún modo puedes oírla y sentir algo muy similar... Pero con el tiempo se va olvidando y acabé perdiendo esa capacidad.

II

Tres años después me encontraba viajando de mochilero por Tailandia. Ya llevaba mucho trote a mis espaldas y el agotamiento acumulado me estaba pasando factura, así que decidí tomármelo con calma en Chiang Mai. Encontré un albergue barato y me apalanqué allí durante casi un mes, mi rutina era comer pad thai, pasear, hacer fotos y leer ebooks que tenía acumulados en el tablet.


Uno de esos ebooks iba sobre mindfulness. Nunca he sido especialmente dado a la espiritualidad, meditación, yoga, ni cosas hippies por el estilo, pero visitando tanto templo budista a uno le acaba picando al curiosidad y decidí que podía darle una oportunidad a la versión más "científica" del asunto.

Así que durante casi un mes, durante los ratos muertos en mi catre me ponía a leer y practicar los ejercicios. Poco a poco empecé a recordar y evocar de nuevo aquella sensación que experimenté por primera vez Las Vegas bajo la influencia del Adderall.

Siguiendo la metáfora que hice en el apartado anterior, si el Aderall era como escuchar una canción y luego ser capaz de recordarla durante un tiempo, con el mindfulness estaba aprendiendo a tocar mi propia música.

Pero al igual que tocar un instrumento musical, es algo que requiere práctica y constancia. Cuando dejé de hacerlo habitualmente, volví a perder la capacidad de estar en ese estado de serenidad y presencia en el momento.

III

Pasa el tiempo y nos encontramos con una pandemia bastante maja. Para algunos es el fin del mundo (montones de gilipollas diciendo que les han robado la juventud... Que sólo tenéis que quedaros en vuestra puta casa, a una trinchera os mandaba yo, hijos de puta); y para otros es una oportunidad de reinventarse, de recuperar cosas que habíamos olvidado, de simplificar.

Yo en concreto aproveché para hacer algunas cosillas que tenía pendientes, como programar un juego o aprender (más o menos) a hacer modelado y animación 3D, leer algún libro que me recomendó mi padre hace más de 20 años, intentar ponerme otra vez en forma y sobre todo hacer limpieza.

Cuando estuve viajando por el mundo llegué a acarrear una mochila de más de 15 Kg en un momento dado, lo cuál era un inconveniente enorme no sólo por el peso, sino por la complicación de que cuando la deshaces tienes que hacer malabarismos para volver a meterlo todo, de intentar disimularla como equipaje de mano y rezar para que no te la pesen, de tener que andar sacando todo para encontrar algo que tienes en el fondo...

Al decidir que el viaje estaba llegando a su fin, empecé a soltar lastre. Primero fueron unos pantalones que quedaron teñidos de rojo sangre por culpa de las sanguijuelas. Después el kit de snorkeling, que dejé en un albergue en Bangkok. Después unas zapatillas que ya habían dado todo de sí... Es una lástima que sólo al final me diese cuenta de que de todo lo que había en mi mochila, era precisamente el espacio vacío lo que más feliz me hacía.

Las cosas materiales que llevamos con nosotros no sólo ocupan un espacio físico, también ocupan espacio en nuestra mente. Tener muchas cosas nos obliga a tener ciertas responsabilidades hacia ellas; buscarles un sitio y recordar cuál es (o desesperarnos al no encontrarlas), mantenerlas en buen estado, escoger entre varias de ellas que cumplen una función similar (fatiga de decisión), nos distraen cuando se cruzan en nuestro día a día...

Desde entonces me he deshecho de lo siguiente:

  • 5 monitores
  • 3 tablets Android
  • 4 ordenadores portátiles
  • 2 ordenadores de sobremesa
  • 2 cámaras de fotos digitales
  • 2 cámaras de fotos de película
  • 12 objetivos fotográficos
  • 5 teléfonos móviles
  • 1 cámara de vídeo Betamax
  • 1 proyector de 8mm
  • 2 mochilas para equipo fotográfico
  • 1 PSP y 22 juegos
  • 1 teclado Yamaha
  • ... y mucha más mierda

Algo parecido me ha pasado con los cuadernos de notas. Tenerlos a mano es una tentación constante para hojearlos. No sé cuántas veces he podido releer viejas anotaciones sobre tareas que ya he completado y ya no sirven para nada, simplemente porque estaban encima de la mesa.



Por el momento no he echado nada de menos. Es importante recordarse eso, porque muchas veces tenemos miedo a dejar marchar las cosas, pensando que en algún momento podremos volver a necesitarlas, pero normalmente no es el caso.


No puedo garantizar que nada de lo que os he contado aquí os vaya a funcionar a vosotros, ni siquiera estoy seguro de si me funciona a mí; pero espero que al menos os animéis a experimentar, ahora que tenemos tiempo.

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